Acabo de encontrar en la bitácora
enre2 la siguiente cita de un antropólogo americano:
"Una tribu que trata de detener una epidemia de fiebre tifoidea por medio de una cacería de brujas en gran escala actúa lógicamente de acuerdo con la creencia impuesta por su cultura, acerca de que las brujas son las responsables de la enfermedad. Cuando nosotros tratamos de lograr el mismo fin por medio de la vacuna, o hirviendo el agua para beber, también actuamos lógicamente basándonos en el conocimiento, producto cultural, de que la enfermedad es causada por ciertas bacterias. La mayoría de los miembros de nuestra sociedad jamás ha visto un germen, pero se le ha enseñado que existen y sin más demostración aceptan su existencia. En efecto, nuestros propios antecesores, y no muy lejanos, habrían encontrado más lógica la cacería de brujas que la vacunación".
Dicha frase pertenece al antropólogo Ralph Linton, en su obra
Cultura y personalidadDicen que no hay mentira peor que una medio verdad, y este es uno de los casos. El tufo relativista o tan caro a los practicantes de la idiocia postmodernista lacaniana nos es bien conocido.
Lacan, Derrida, la nunca suficientemente vilipendiada Luce Irigaray y demás caterva parecen olvidar que existen, como decía Richard Dawkins,
Buenas y malas razones para creer .
Los miembros de nuestra sociedad no han visto jamás un germen, pero saben perfectamente que con muy poco esfuerzo pueden ver uno. Aceptan su existencia no por un convenio social, sino porque saben de la existencia de una comunidad médica que trabaja a nivel mundial de forma coordinada. Saben que, si tuvieran tiempo y oportunidad, podrían ver con sus propios ojos tantos gérmenes como quisieran.
Dawkins describe magistralmente bien las tres malas razones para creer: la tradición, la autoridad y la revelación en una carta que dirige a su hija de diez años, y que ha circulado ampliamente por la web. La tenéis, por ejemplo
aquí.
Algunos antropólogos parecen olvidar que a pesar de existir malas razones para creer, también existen buenas razones para creer: la evidencia. Parecen olvidar que además de un supuesto valor cultural, una creencia es portadora de un valor de verdad o de mentira objetivo y contrastable.
A un miembro de una tribu le puede parecer evidente que la fiebre tifoidea la producen las brujas, pero esto es una muy mala evidencia, porque se basará en la tradición, en la autoridad del chamán o en la revelación efectuada por el dios de turno (por boca del chamán, evidentemente). La evidencia a la que apelamos se basa en pruebas, resultados y repeticiones. No necesito ni siquiera ver con mis propios ojos al germen para saber que existe, y que produce la enfermedad: otros lo hacen por mi, y sus afirmaciones son constantemente puestas en tela de juicio por la comunidad científica. Yo tampoco he visto nunca un protón, ni un dinosaurio, ni una molécula de ADN. Pero creo en ellos, mientras no creo en los poderes paranormales, ni en la existencia del chupacabras o del monstruo del lago Ness.
Una creencia impuesta por una cultura es creer que a una niña hay que extirparle el clítoris cuando cumple cierta edad, o que los homosexuales deben practicar la abstinencia, o que las mujeres deben estar supeditadas a los hombres, o que deben llegar vírgenes al matrimonio y la prueba de tal virginidad debe ser expuesta en público en forma de mancha de sangre, y estas creencias muestran lo malo de las tradiciones, lo que debe ser extirpado como un cáncer, sin el menor miramiento. Cientos, miles de años de creencia continuada no aportan un ápice de verdad a una aberración. Pero, señor Linton, que yo crea que las enfermedades son producidas por gérmenes no se parece en nada a todo lo anterior, sólo en una mente enferma puede tener algún parecido.
En todo esto hay un asunto de gran calado: nos jode que los indígenas se aculturen absorbiendo nuestros conocimientos. Esto es una falacia: lo que es terrible es que accedan a lo peor, a lo más podrido de nuestra civilización de sopetón y sin defensa alguna, pero eso no es acceder al conocimiento.
En el fondo muchas veces no queremos que los pueblos en vías de desarrollo accedan al conocimiento. Aparentamos querer respetar las culturas originales de los indígenas, cuando en realidad estamos reivindicando nuestro supuesto derecho a observar el zoo humano en su prístina y virginal condición. No nos damos cuenta de que prístina y virginal condición es sinónimo de 40 años o menos de vida media, y unas condiciones de vida de mierda, estrés incluido.
Hace unos años, un vecino mío estuvo conviviendo unos meses con los yanomami, y al volver nos enseñó una serie de diapositivas sobre la hazaña. Comentaba las excelencias de la vida salvaje en la selva, y contraponía la vida que, supuestamente, había observado; con la que llevaban otros yanomami más aculturados. Particularmente le ofendía la imagen de un niño de esa etnia bebiéndose una cocacola mientras exhibía encantado unas playeras y un polo europeo. Además, el niño mostraba también una hermosa cicatriz de una vacuna, pero eso no parecía tener importancia. Lo que le jodía a mi amigo era que el niño estuviera bebiéndose una cocacola. No estábamos hablando de las enfermedades que el hombre blanco trasnmite a los indígenas, ni de los abusos cometidos por los garimpeiros, ni de los estragos que el alcohol y las drogas de los blancos pueden ocasionar a los indígenas: estábamos hablando de protegerlos de los productos, de la cultura y del conocimiento moderno para preservar su peculiar forma de ser.
Tu lo que eres es un hijoputa, pensaba yo. Estás reivindicando TU DERECHO a saber que existe algo que en tu imaginación te parece un paraíso, y ese niño te importa una mierda. Y si no, tampoco le des a tu hijo una cocacola, ni lo lleves al cine, ni le compres una bici, ni le vistas como a él le gusta: la sabiduría ancestral de nuestro pueblo vasco indica que deberías darle leche de la vaca del baserri de al lado, y vino tinto a partir de cierta edad; para divertirse ya tiene los deportes populares de arrastre de piedra y pelota vasca, y con una camisa blanca, pantalón a rayas va que chuta. Y eso sí; cuando crezca un poco, txapela.
Algunos pensamos que el acceso al conocimiento es patrimonio de la humanidad, y de obligado disfrute. Y si para ello deben caer unos cuantos cientos de tradiciones, pues peor para las tradiciones. Prefiero un niño yanomami vacunado, con una cocacola ,una gameboy en las manos y calzando unas playeras que uno subido a un árbol con una esperanza de vida de 35 años. Siento ser un insensible cultural.